Nuestra Historia
En 1921, el sacerdote Vicentino Thomas A. Judge, imaginó una Iglesia Católica donde cada miembro, sacerdote, religioso y laico por igual, aceptarían su llamada a ser apóstoles.
Fue este joven laico, armado con el espíritu apostólico misionero, que el Padre Judge vio que tendría un papel central en la preservación de la fe Católica, especialmente entre los marginados y abandonados.
Dondequiera que los fieles sean descuidados o abandonados, los Siervos Misioneros intervienen para acompañar a las personas necesitadas, para estar con ellos en sus alegrías y penas, y capacitarlos para crecer y preservar la Fe en sus comunidades.
Hace casi 100 años, rodeado por un grupo de seguidores mayormente estadounidenses, el P. Judge se dirigió al Sur de los Estados Unidos para servir a los fieles que habían sido abandonados espiritualmente. Como parte de una de las familias más grandes en la Iglesia, la Familia del Cenáculo Misionero, comparte el mismso carisma con las Hermanas, las Siervas Misioneras de la Santísima Trinidad y con nuestros colaboradores laicos, el Apostolado del Cenáculo Misionero, así como el Instituto Misionero de la Santísima Trinidad.
La visión del Padre Judge continúa fortaleciéndose, y ahora incluye misiones en Centro y Suramérica, el Caribe y en los Estados Unidos.
Aprovechando profundamente esta visión, los Siervos Misioneros continúan trabajando con los pobres y abandonados. Servimos en comunidades marginadas en Costa Rica, Colombia, México, Puerto Rico, Honduras, Haití y los Estados Unidos. Nos encontramos en reservas indígenas, en el corazón del centro de Chicago y Los Ángeles, en los barrios de Puerto Rico y las comunidades rurales de Colombia, con los que sufren de adicción en las comunidades de Nueva Jersey y comunidades afroamericanas de Mississippi. Nos regocijamos en cómo Dios nos ha llamado a ser una luz, brillando en la oscuridad de nuestro mundo.
Si sientes que puedes ser llamado a la vida y al carisma de los Siervos Misioneros de La Santísima Trinidad, te invitamos a pensar en estas tres preguntas que el Padre Thomas A. Judge preguntaba a cada joven que consideraba su vocación con nosotros.
¿Amas a Dios? • ¿Cuánto amas a Dios? • ¿Qué sacrificios harías por ese amor a Dios?